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Cervantes: Una vida de novela

El autor de El Quijote, el segundo libro más publicado tras la Biblia
y traducido a más de 140 idiomas, tuvo una vida tan emocionante y novelesca como la de sus personajes.

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En una calle oscura de Madrid, de cuyo nombre no tenemos noticias, dos hombres de corta edad desenvainan sus espadas y, tras mediar unas palabras, se lanzan contra sí. Es el año 1569 y España es por entonces otra España. En la penumbra, el duelo se prolonga hasta que uno de los hombres, el maestro de obras Antonio de Sigura, cae gravemente herido. El vencedor, que según una provisión real es un estudiante llamado Miguel de Cervantes, se da a la fuga y, tras ser declarado en rebeldía, es sentenciado al destierro y a la amputación de una mano, Así empieza el rocambolesco exilio del autor más universal de la lengua castellana, que escapa con sus dos manos intactas y que no retornará a España hasta diez años después.

Miguel de Cervantes Saavedra es un enigma; en torno a su figura abundan las medias verdades, los silencios y las mentiras a medias que no alumbran nada.

“Del hombre que era Cervantes se nos escapa su vida, la de todos los días”, admite José Manuel Lucía Megías, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de honor de la Asociación de Cervantistas. “ No contamos más que con unos escasos documentos profesionales -dice- y muchas alusiones en su obra a partir de la cual se ha ido consolidando un mito”. A deducir por uno de estos documentos, su auto bautismal, Cervantes nació probablemente a finales de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares.

Su familia, tras deambular por Córdoba, Sevilla y Valladolid en busca de una mejor vida, se instaló en Madrid en 1566, donde el escritor empezaría sus andanzas literarias.

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Tras el duelo de espadas que lo convirtió en proscrito, Cervantes partió hacia Roma; allí trabajó un tiempo como camarero del cardenal Giulio Acquaviva, y después se enroló como soldado en las tropas de la Liga Santa. En 1571, se embarcó en una galera rumbo a las costas griegas donde luchó en la célebre batalla de Lepanto contra el imperio otomano. Cervantes, que había caído enfermo y padecía fiebre alta, rehusó guarecerse bajo cubierta durante el enfrentamiento y asumió un puesto de combate en la popa del navío, donde recibió dos arcabuzazos en el pecho, y otro que, esta vez sí, le dejaría lisiado de la mano izquierda por el resto de su vida, ganándose así el mote de “El manco de Lepanto”.

Con el tiempo participaría en otras campañas, hasta que en 1575, tras obtener varias cartas de recomendación por sus servicios militares -una de Juan de Austria y otra del Duque de Sessa-, decide volver a España para obtener su recompensa. Sin embargo, a poco de alcanzar las costa de Cataluña, la galera en la que viajaba el escritor fue asaltada por corsarios berberiscos, y éste fue trasladado como rehén a Argel donde viviría un largo cautiverio: sus captores creyeron erróneamente, a raíz de las cartas de recomendación que encontraron en su posesión, que Cervantes era un personaje importante para la corona, y en consecuencia pidieron por su rescate una cantidad desorbitada que sus familiares y amigos tardaron más de cinco años en reunir.“Cervantes (cuarto hijo de un humilde cirujano) fue un hombre de su tiempo. No tuvo la fortuna de otros autores contemporáneos, que gozaron de bienes e inmediatos laureles. Llevó una vida de estrecheces y fracasos profesionales y sufrió dificultades económicas. Cuando escribió su obra maestra, nunca imaginó el éxito que tendría en los años venideros”, señala Elisa Borsari, doctora cum laude en Literatura Medieval por la Universidad de Alcalá e investigadora del Centro de Estudios Cervantinos. “El paso decisivo de Cervantes -afirma José Montero Reguera, catedrático de la Universidad de Vigo y presidente honorario de la Asociación de Cervantistas-fue precisamente el de convertir en materia ´novelable´ su acontecer cotidiano; por ello, su trayectoria vital está detrás de su producción literaria”.

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En 1580, tras su cautiverio en Argel (intentó fugarse en vano al menos cuatro veces), Cervantes vuelve a España y se instala en Madrid. A partir de entonces, buscará un puesto que le permita vivir, y escribir. Se emplea en toda clase de oficios: viaja a Orán como espía del rey Felipe II, lo destinan a Sevilla como comisario real de abastos para la Armada Invencible y recorre Andalucía recolectando impuestos para la corona -por el celo con el que cumple sus funciones lo excomulgan varias veces, se gana numeroso enemigos y lo arrojan a la cárcel, Y a la vez, escribe sin parar, visita las academias literarias, los corrales de comedias, se bate en duelo de palabras con Lope de Vega, y concibe algunas de sus principales obras como La Galatea, El trato de Argel, La Numancia, Historia del Cautivo, Rinconete y Cortadillo, o su libro cumbre, El ingenioso hidalgo de don Quijote de la Mancha (1605). “Cervantes construyó una obra literaria desde los márgenes”, subraya el catedrático José Manuel. “Quiso triunfar como literato, pero no lo consiguió del todo. Y ésta marginalidad lo llevó a construir una obra más innovadora que la de otros autores de éxito, como Lope Vega”.

En abril de 1616, lastrado por las heridas de guerra, por la pobreza y las penas del alma, Cervantes enferma de gravedad y, tras recibir los últimos sacramentos, escribe el que sería su último texto: “Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, ésta te escribo. Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…”. Nunca imaginó lo que el tiempo tenía reservado para él.

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LAS CIUDADES DE CERVANTES

De todos los lugares donde vivió, Alcalá de Henares y Madrid guardan una relación especial con el escritor. “Alcalá, con su universidad cisneriana, es el símbolo de la cultura renacentista en que Cervantes se educó”, afirma el experto José Manuel Lucía Megías. “Y Madrid, la que más influyó en él. Ciudad de escritores, mentideros e intrigas”.